martes, 23 de febrero de 2010

Historia de amor. Por Isabel Coronel García


Una tarde, en otoTamaño de fuenteño, llegó al pueblo abandonado un viajero que se había equivocado de camino. Llamó dubitativamente a la puerta de la primera cabaña y entonces la abrió una joven delgada de mirada perdida, cabello dorado, ojos azules como el mar y dientes como perlas.
Sintió latir su corazón como jamás le había sucedido. Empezaron a sudarle las manos sin parar, como un día de tormenta inacabable. Sus piernas le temblaban haciendo tambalear todo su cuerpo, hasta que finalmente cayó desmayada al suelo perdiendo totalmente el conocimiento.
Él tampoco podía creer lo que estaba viendo. Hacia más de veinte años que no veía a esa mujer, tenían sólo quince años y fue en un lugar tan remoto que jamás se podía pensar que el destino los volviese a juntar.

Entonces cuando sólo eran unos niños estaban viviendo tiempos difíciles. La guerra había estallado en Inglaterra, dejando a miles de niños desamparados, huérfanos o hambrientos en el mejor de los casos.
La familia de Elizabeth, de alto fango militar, tuvo demasiado que ver en el desenlace de esta historia.
Su padre, Federick Watson, capitán general de la Armada Inglesa, tuvo que tomar una decisión muy importante. El próximo ataque contra las tropas francesas sería definitivo para el fin de la Guerra. Era demasiado fácil para ser verdad, pues esta vez su enemigo era una aldea francesa con sólo unas pocas familias de ganaderos, pero capitaneados por uno de los más temidos gobernantes franceses de esos tiempos .
Pierre, el hijo adolescente de Jaques, capitán de la tropa francesa, junto con más niños, ya se estaban preparando para defender su nación como si fuese un hombre.
En el último combate, en el que luchó mano a mano con su padre, este fue herido de muerte por Frederick Watson. Como siempre ocurre. Igual que en el barco, las ratas son las primeras en abandonarlo cuando este se hunde, de esta misma manera sucedió en la batalla, pues los combatientes franceses, al verse intimidados por el superior número de militares ingleses, se retiraron de la batalla. Junto al cuerpo del capitán permanecía el joven Pierre, al capitán Watson le conmovió tanto la imagen que se llevó casi a rastras al muchacho para criarlo como si fuera su propio hijo, a pesar de no poder haber hecho nada por el capitán de las tropas francesas.
Los meses que vivieron juntos en Inglaterra pudo entablar una buena amistad con Elizabeth, pero el muchacho no podía perdonar que el capitán Watson hubiera matado a su padre y por eso terminó huyendo. Los Watson no volvieron a saber nada de él. Al poco tiempo Elizabeth, junto con su familia, tuvo que marcharse a las Colonias inglesas de África, cuando ya había acabado la guerra, y allí murió el capitán Watson. Ahora, veinte años después, el destino los vuelve a unir y rememoran esos viejos tiempos y se ponen al corriente de todo lo que les había sucedido en sus vidas durante todo ese tiempo.
El corazón de Pierre ha aprendido a perdonar a su enemigo y confiesa a Elizabeth que todo el dolor y el rencor que guardaba dentro se convirtió en el más intenso amor por la hija del hombre que le arrebató la vida a su padre.
Él fue correspondido con el amor de Elizabeth y nunca más se volvieron a separar.

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