domingo, 28 de marzo de 2010

Cuento de amor. Por Rocío López González

Una tarde, en otoño, llegó al pueblo abandonado un viajero que se había equivocado de camino. Llamó dubitativamente a la puerta de la primera cabaña y entonces una chica abrió la puerta y mi mirada y la suya se encontraron. Era realmente hermosa. Ella me preguntó qué quería y le dije lo que me ocurría. Ella buscó una solución y me invitó a entrar en su cabaña. Yo acepté. Le pregunté por qué el pueblo estaba abandonado. Ella me respondió. Pasaron dos semanas con la misma rutina: salir a coger moras, ayudar en su casa, hasta que decidí ir a buscar a la gente. Ella me pidió que no lo hiciese y entonces me confesó que me quería. Yo también le dije lo mismo. En ese momento los dos decidimos ir juntos en busca de la gente. Pasaron dos meses desde que habíamos ido a buscar a las personas. Nunca nos separábamos hasta el día que encontramos a las personas del pueblo. Habían estado fuera del pueblo para manifestarse por la inseguridad que había en él. Al volver a la cabaña, le dije que era hora de que me fuese de vuelta por el camino por el que me había perdido. Ella me suplicó que me quedase, pero no yo no podía. Sabía que si me quedaba no podía ir a cumplir mi promesa. Le di un beso en su cálida mejilla y me fui. Ella sabía que yo no la dejaría de querer, pero, aun así, no quería que me apartase de su lado. Seguí mi camino en busca de aventuras hasta llegar a mi destino y con la confianza de que había dejado mi amuleto en su cuarto. Al llegar a mi destino sabía que podía ya volver con mi adorada joven. Al llegar al pueblo me dijeron que ella se había marchado sin dejar rastro. Me dispuse a volver a mi casa sabiendo que por muy lejos que estuviésemos siempre nos llevaríamos en el corazón. Dejé atrás este amor imposible dejándolo en uno de mis apacibles recuerdos.

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